¿Sería ético actuar a los cuarentaiocho años como un adolescente?
Esteban luchaba para encontrar respuestas, y lo malo es que cuando alguien pregunta corre el serio riesgo de ser contestado. Él siempre obtuvo respuestas de la gente a la que quería —su padre y su esposa, Sara—, eso le evitaba el engorroso trámite de tener que pensar por sí solo.
Casado con la mujer de su vida, a la que quería como el primer día, con dos hijos, una clínica dental a su nombre y una vida resuelta dentro de los cánones establecidos que marca la buena conducta de la ética y lo moral, se encontró de repente inmerso en una circunstancia propiciada por una serie de casualidades que hicieron que todas las preguntas que nunca se atrevió a realizar comenzaran a tener respuestas para las que no estaba preparado.
¿Es lo mismo amar que querer? ¿Se puede alterar la ética sin dañar la moral? ¿Es la mentira la base real de la felicidad?
Las circunstancias y el entorno donde creció privaron a Esteban de tener una adolescencia propia y natural, esa edad donde explotamos granos traicioneros y luchamos contra nuestras dislocadas hormonas. Casi con cincuenta años la vida le regaló unos meses para poder experimentar lo que por derecho propio le tuvo que haber pertenecido décadas atrás. ¿Qué podía salir mal?… Todo.