Investigar y Evaluar en Educación integra seis propuestas que promueven el desvelamiento de aquello que permanece oculto, un pensamiento crítico del sujeto-investigador y un compromiso para
construir entre todas/os un mundo más humano. Alan Moncada aborda la fenomenología descriptiva de Amadeo Giorgi, exhibiendo el análisis post-estructuralista, disciplinar y sistemático de los datos empíricos provenientes de entrevistas con estudiantes para resignificar sus experiencias educativas. Rigoberto Martínez expone las diferencias entre el estado del conocimiento (valoración general del conocimiento), el estado del arte (valoración particular con componentes teórico, filosóficos, metodológicos o epistemológicos) y el estado de la investigación (estudio sistemático de un campo científico). Luis Huerta-Charles reconoce la influencia de la agenda política en las áreas temáticas estudiadas. En tanto, la investigación no puede quedarse solo en describir, debe llegar a la praxis transformadora de aquello injusto, así como al análisis histórico de las relaciones de poder que enmarcan las circunstancias de cada sujeto. Alicia Moreno señala que la evaluación educativa es una disciplina reciente y considera cinco dimensiones para un estudio evaluativo: humana, teórico-conceptual, operativa, axiológica y social. Cesar Silva considera que la postura política de desarrollar la cultura escolar por medio de la evaluación está condenada al fracaso. Prueba de esto, sería: la compulsión por evaluar todo, la lógica del dinero; la colegialidad forzada; la enseñanza o libertad de cátedra sometida a la homogenización; y, por ende, una medición estadística de la calidad tanto de personas como escuelas. Por último, Ulises Campbell propone modelos de evaluación que contribuyan a la autogestión de la sociedad para formar sujetos libres con capacidad de autoevaluar su desempeño desde sus diferencias, intereses y necesidades.