Este libro es, entre otras cosas, un intento de tomarse en serio la cuestión del humor. Y viceversa, un
intento de afrontar la seriedad desde una perspectiva lúdica. Algún estudioso anota que las sociedades
precolombinas, que son las más primitivas de las que tenemos detalle gracias a los estudiosos e
historiadores castellanos, carecían por completo del sentido del humor. De su panteón de dioses y sus
producciones artísticas no tenemos constancia de ninguna mención a la risa. Y parece que el buen
sentido del humor es una característica exclusiva de las mentes y las sociedades más evolucionadas
y civilizadas. A lo largo de estas páginas encontrará el lector algunos ejemplos anecdóticos de breves
momentos, como destellos luminosos, en los que la risa se cuela de manera ínfima en mitad de las
crónicas más sangrientas y los eventos de más aparato y consideración histórica.
También es un ensayo filosófico, esto dicho en dos sentidos; de un lado, es una elaboración intelectual
basada en los conceptos más abstractos que la tradición filosófica nos han transmitido. El lector
encontrará aquí reflexiones a propósito de cosas como el argumento ontológico de San Anselmo,
la navaja y el nominalismo de Occam, o una reformulación del ideal platónico visto a través de la
monotonía de los días de un simple granadino de a pie, sin embargo de que haya intentado la más
sencilla y lúdica exposición de estas antiguas ideas que al lector casual contemporáneo pueden sonar
peregrinas y abstrusas. En el segundo sentido, es una reflexión sobre el hombre en cuanto tal, visto
a la luz del humor y el conocimiento que se tiene de la historia, reflexión de la que no hay mayor
ejemplo que Los Ensayos escritos por Michel de Montaigne, de los que hago abundante uso en estas
páginas.
En tercer lugar, he intentado mostrar la validez de las antiguas religiones, catecismos y normas
de conducta como ejemplos de más robusta coherencia filosófica y humana que el chambado
destartalado que conforman nuestras sociedades aconfesionales, dominadas por el cinismo de
los intereses personales. Más que una justificación de los viejos códigos morales, en este libro se
demuestra que todos ellos solo se justifican desde una perspectiva religiosa y teísta, y que esta misma
justificación es de mayor validez y peso que los contratos sociales modernos, en los que una mayoría
o comunidad se da a sí misma un conjunto de reglas y normas por las que regirse. Se demuestra que
el concepto de Dios, que hoy en día está muy lejos de la conversación cívica y pública, es el único que
puede justificar cualquier normativa o código de conducta, como el penal o el civil.
Todo ello, lector, al hilo de reflexiones personales sobre el día a día y la actualidad moderna, política,
intelectual, económica y periodística de los dos años de pandemia china que pasé escribiéndolo.
Espero que sea de tu agrado y que la aparente desmedida ambición que se desprende de esta sinopsis
se demuestre la más sencilla y sensata conclusión a que nos conducen los hechos, vistos desde la
perspectiva de la filosofía y la historia. Que no te echen atrás, pues, los párrafos anteriores, porque
encontrarás amena, fácil y divertida su lectura.