Ese día, Juan se paró de repente en mitad de la acera, miró hacia arriba y después hacia los lados, se tanteó la mano, luego se acercó hasta el escaparate de un comercio y quedó contemplando su figura reflejada en el mismo; más tarde se volvió para observar a los viandantes que pasaban cerca de él. Entonces, Juan sintió, así, de pronto, que estaba vivo. Desde luego que este sentimiento podía parecer algo absurdo, el estar vivo era una obviedad, desde luego que estaba vivito y coleando, pero no era eso; este, abriendo sus ojos a la inmensidad del mundo que le rodeaba, notó que pertenecía a él, que de alguna manera había una conexión entre este y él mismo. Y así, con esta nueva sensación extraña, se dispuso enseguida a explorar este nuevo universo que se le había presentado de improvisto.