Aquella casa sabía demasiado.
Construida a finales del siglo XIX como casa de vecinos, sus viejos muros escondían muchos secretos. Durante años se fue llenando de historias, hasta que acabó por fin cobrando vida; fue en parte gracias a sus «otros» moradores, los que nunca se llegaron a marchar. Ellos ocupaban sus rincones en silencio, reptaban por las paredes y rellenaban las vigas del techo, observando todo lo que allí acontecía.
Ahora que ya no quedaba nadie, solo estaban ellos y tenían muy claro por quién tomar partido. La casa los necesitaba, estarían a su lado, como siempre, librando una feroz y desigual batalla contra un ser despreciable e inmoral.
Aquel monstruo indecente se paseaba por sus habitaciones destruyéndolo todo. No lo iban a permitir, abandonarían su letargo y participarían en la contienda. La hora de la venganza había llegado.