No elegí dónde nacer, pero sí dónde vivir. No elegí el entorno, pero busqué en él su interés. No elegí cómo ser yo, pero fui moldeando desde los horizontes de Villadiego, Burgos, lo que me hizo sensible, lo que me hizo fuerte. Hice mío el silencio que me mece y el viento que me acaricia, los fríos que me recluyen y los veranos de calle, bici, río y… que el jinete del tiempo se llevó por delante en un suspiro.
Viajes, riesgo, pasión por todo porque la edad se alimenta de ella y crea ilusiones, horizontes y las mil fantasías que sueño me esperan cada día. Hay quien me llama verso suelto, pero procuro que rime con la vida, con mi gente, con el amor.
Los datos personales no tienen relevancia, viví con sencillez, gané lo justo y tengo lo que necesito, y busco en los demás el espacio que mi alma a veces necesita. ¿Lo encuentro? Si, ya lo creo, tengo algunos amigos que me hacen dudar si hice tanto mérito como para que me acepten.
Escribo porque necesito decorar lo que siento, participar lo que pienso y por ese punto narcisista de que tu interior va a ser descubierto por alguien en su silencio de lectura. Varios premios en certámenes de relatos me conceden esa pizquita de vanidad que adereza el subconsciente.
La libertad me ha llevado a vivir solo, tal vez porque el grado perfecto de ese don se logra compartiendo la vida y eso necesita la próxima eternidad para forjarse