Cruz Vázquez, militar español, siglo XVI.
Buscando la aventura de descubrir territorios para la Corona, se embarca con un puñado de hombres en busca de la suerte, o de la muerte; enrola una tropa de indigen-tes que huyen de la miseria, del hambre; mal nutridos y mal abrigados; sin horizonte. Confían en su capitán y se lanzan a la aventura; huyen de su patria —ausentes de futuro—, sabiendo que no volverán jamás.
Con ese puñado de hombres conquista un territorio de densa población, regido por un gobernante indígena, que, a base de brujerías y pócimas de frutos extraños de la selva, controla las mentes de su pueblo sometido, el cual lo adora, defiende y da su vida por él, porque reciben la gran prebenda de vivir custodiados por un rey que les promete constantemente un futuro de bienestar y de paz.
Respetando al nativo, pero también echando un pulso contra él si no admite el poder de sus armas, aceptan la hospitalidad y el intercambio de regalos. Nadie se fía de nadie, y terminan cayendo en una feroz lucha, donde Vázquez y tan solo cincuenta hombres someten al pueblo después de deshacerse de ese gobernante brujo, que, faltándoles, se sienten desprotegidos y se entregan al poder del victorioso invasor.
Grandes tesoros descubren en subterráneas minas de la selva, que envían al monarca espa-ñol, y este le premia con gratitud, porque con ello puede sufragar las guerras, dar oxígeno al empobrecido pueblo —asfixiado de impuestos por los inmensos gastos que generan los tercios— y así poder mantener su hegemonía en Europa y en el Mediterráneo.
Le otorga un título de nobleza, que Vázquez le agradece mandándole en modernos navíos defendidos por galeones bien pertrechados de armamento, prestados por los enclaves del Caribe para transportar el inaudito peso de los tesoros encontrados.
Alcanzada la gloria, muere el césar que le ha protegido surtiéndole de hombres, ar-mas, caballos, carretas, alimentos y materiales de construcción para fortificar el terrero conquistado. Pero el heredero del trono y nuevo señor del imperio no admite el poder único y el control absoluto de unos territorios donde han vertido su esfuerzo, su sudor y su sangre; héroes desconocidos en la lejana patria.
Desde España, se empiezan a nombrar virreyes en sustitución de los conquistadores. Y esas arbitrariedades de la Corona tienen ingratas consecuencias, que quedan patentes al finalizar esta historia.