La salida de Málaga fue precipitada, la carretera por las provincias de Málaga y Granada peligrosa y plagada de sin sabores, pero cuando entran en la provincia de Almería, parecía que se habían salvado los mayores obstáculos hacia la libertad, pero no fue así. En Adra (Almería) se producen bombardeos y ametrallamientos sobre la columna de ancianos, mujeres y niños que de forma tortuosa se movía lentamente por la carretera completándola en toda su extensión. En Ejido (Almería), se producen incidentes con un sector reducido de la población autóctona; en Vícar (Almería) continúan las fricciones y ayudas a un par; en Roquetas de Mar (Almería), se produce el acogimiento de todos aquellos que conocían las faenas de la mar, y la llegada a Almería, estuvo provista de un sentimiento agridulce por el recibimiento de los almerienses y el problema planteado a las autoridades civiles de la capital, donde su gobernador civil, Gabriel Morón, trata de esquivarlo derivando a los recién llegados a los municipios de la provincia y una vez saturados éstos, a las provincias mediterráneas hasta llegar a Gerona. Con este fn se dispuso de todos los medios de locomoción, como automóviles, trenes y barcos. El exilio fue el destino final de muchos de los que llegaron a Almería en febrero de 1937.