Resulta imprescindible el testimonio del primer libro, La Quimera del Cancerbero, para entender cómo la comedia anglosajona y el misticismo microcósmico de aventuras adolescentes alcanzan en la obra que se nos presenta cotas de grandeza inimaginable, infiltrándose, casi como una transmutación alquímica, la biografía del autor en nada menos que en la epopeya que redefine el significado de Occidente en nuestros días, un Quijote inglés hispanista, una reconstrucción del reino de Jerusalén en León, y, por último, la Guerra Fría en el marco de una épica shakespeareana sublime, que no hace sino constatar sus dones proféticos, el poder de alguien al que no aniquilaron completamente, creyendo que nunca se restablecería, y un aviso a navegantes: Occidente nunca desaparecerá, ya que ni siquiera Dios tiene el poder de borrar los sucesos que muchos se empeñan en destruir.