La novela se desarrolla principalmente en una finca agraria de La Vid – Zuzones, al lado de Peñaranda de Duero. También en El Padul de Granada, Madrid, Aranda de Duero, Somosierra y Lozoya, Badajoz y algún que otro lugar. En ella aparecen pasiones larvadas y manifiestas, amores rutinarios y vívidos y elocuentes, trabajos inmejorables, poesía al viento, aquelarres pavorosos, abusos chulescos, traiciones por celos, ausencias mal llevadas, actos heroicos, cobardías, inconsciencias, atrocidades y moralejas. En los breves versos que anteceden al primer capítulo se dice que «esto es una novela, pues pudo ser y no fue». Pero no es exactamente así. Es, más bien, en buena medida, una dramatización, deslocalizada en ocasiones y con los patronímicos trastocados, de lo sufrido por los del entorno más próximo del autor, su madre y, sobre todo, sus abuelos maternos y afines, en las retaguardias y, alguna vez, en las vanguardias de nuestra última guerra. Y ya se sabe que las retaguardias de las guerras civiles son lo que son: un refugio para no ir al frente y dedicarse a bellaquerías, presumiendo, eso sí, de héroes. Por eso, la introducción antedicha se completa con «un quejido con pena sobre un no lejano ayer», que rima y todo con «no fue», aunque quizás hubiese sido mejor cerrar el «no fue» con un signo de interrogación.