Historias como La hija de Sadik nos recuerdan que hay vidas diferentes a la nuestra, gobernadas por culturas y religiones que ni conocemos ni queremos conocer porque tienen credos y aspiraciones que nos asustan. Y aunque en principio pueden parecernos descabelladas, en el fondo de todas ellas subyace la condición humana, con sus miserias y sus grandezas.
Así que la escritora nos mostrará cómo era el ambiente social y político del norte de África durante la primera mitad del siglo XX, cuáles eran los hábitos y costumbres de los habitantes de la zona, y de la mano de Fatma, la protagonista, sentiremos el miedo a lo desconocido y recordaremos que el saber es tanto la antesala de la justicia como una buena base para la igualdad. La historia es más cercana a nosotros de lo que puede parecer a primera vista porque narra situaciones que suceden y sucederán en todas las culturas y religiones; además, posee el encanto del amor (entre un hombre y una mujer pertenecientes a mundos diferentes)
Fatma fue una mujer criada en una época aciaga por arcaica, fue despreciada y señalada, cumplió sueños, sufrió de amor, formó una bonita familia, conoció el mundo y pudo decidir por sí misma. Y es a ustedes, queridos lectores, a quienes les corresponde colocarla en el lugar que se merece, puesto que cruzó muchas fronteras y vivió en sus carnes la certeza de que las mujeres del mundo solo podrán fortalecer su causa con educación y formación porque la ignorancia nos mantiene en las tinieblas.