En el siglo XX, una Europa fracturada por los nacionalismos y las guerras comenzó a luchar por el viejo sueño de un continente unido y en estado de paz «perpetua», como diría Kant. Pero una unidad que no implique a los ciudadanos solo puede ser débil y coyuntural.
Según Ortega y Gasset, hay una sociedad paneuropea, pero se encuentra menos cohesionada que las sociedades nacionales. Esa falta de cohesión se debe, en buena medida, a la diversidad lingüística, que impide que los europeos se comuniquen con fluidez entre sí.
Una solución, apuntada por autores como Umberto Eco, puede ser la adopción de una lengua auxiliar común: por ser auxiliar, respeta la diversidad lingüística; por ser común, permite la comunicación internacional. La razón y los valores éticos europeos sugieren que debe tratarse de una lengua nueva planificada y adoptada por consenso. El esperanto ha demostrado la viabilidad del proyecto: una lengua auxiliar planificada es la mejor solución para la comunicación internacional porque reduce al mínimo el tiempo y el esfuerzo necesarios para su aprendizaje.
Las ventajas culturales, económicas y políticas de disponer de una lengua auxiliar común favorecerían su progresiva adopción, y la posibilidad de comunicarse con fluidez alimentaría entre los ciudadanos un sentimiento de afinidad paneuropea. Sobre ese sentimiento puede cimentarse una unidad europea que resista las coyunturas políticas y económicas adversas del futuro y que garantice la supervivencia de Europa y de sus valores para la posteridad.