Pocos meses después del triste verano de 1921, en el que tantos españoles llegaron a perder la vida en el norte de África que aún no han podido ser contabilizados, Francia accedió a vender a España once Renault FT-17, modernos e innovadores carros de asalto que tan buen resultado les habían dado a estos en la parte final de la Gran Guerra.
En marzo de 1922, con los blindados recién llegados, varios oficiales docentes de la Escuela Central de Tiro —sin ninguna experiencia en combate—, junto con unos valientes y entregados soldados —como conductores y mecánicos— montaron la primera Compañía de Carros de Asalto de Infantería, que fue enviada a Melilla el mismo día que aparecieron los sargentos que venían a realizar el curso correspondiente. Tuvieron su bautismo de fuego nada más llegar al Rif, sin conocerse absolutamente de nada y sin haberse subido nunca antes a un carro de asalto.
La loma de los tanques fue el lugar donde surgió un nuevo espíritu, el espíritu carrista, nacido en una guerra que nunca existió y que jamás olvidaremos.