Con noche cerrada en agua, un exconvicto se topa con un accidente de circulación en la sinuosa carretera que une Garrucha y Carboneras: un turismo y una furgoneta han colisionado frontalmente impidiendo el paso de la circulación. El conductor del turismo permanece inconsciente frente al volante. Aprovechando que el chofer de la furgoneta llama a una ambulancia, el expresidiario se apropia de la cartera del herido, gira en la carretera y escapa por donde ha venido.
La víctima resulta ser un sacerdote que se dirigía a un pueblo de Almería, para hacerse cargo de la parroquia tras la muerte de su antecesor a consecuencia de un accidente doméstico. Viendo el delincuente que el cura es de su edad y lleva barba, decide suplantarle y pedir préstamos bancarios alegando la necesidad de acometer urgentes reformas en la iglesia.
Pese a ser un mangurrino de poca monta, su tangada tiene éxito y consigue una fabulosa fortuna. Cree que ha intervenido Dios para vengar la muerte del anterior sacerdote asesinado y, víctima del misticismo, hace voto de pobreza y destina el botín a socorrer niños desamparados de Sudamérica. Actualmente, su albergue cobija a cuarenta niños abandonadas, la mayoría deficientes mentales y minusválidos.
Cuando el autor que suscribe lo visitó, agonizaba víctima de una enfermedad terminal en la estancia más mísera y austera de su orfanato. La noche que murió pidió que grabasen en su tumba el siguiente epitafio:
«Los caminos del señor son inescrutables».