No es fácil enfrentarse al enigma de la muerte, y no de una manera teórica, sino cuando se ha vivido de cerca. La autora, que en poco tiempo ha sufrido la defunción de varias personas próximas, nos habla y comparte con nosotros la realidad vivida, sin morbosidad ni sentimentalismo. Sin embargo, tampoco hace gala de una serenidad que sería poco creíble después
de la experiencia que nos narra en este libro.
En ningún momento nos quiere dar una lección. Fijémonos que la palabra «lección» del título va con interrogantes. Interrogantes que aparecen en muchos de los comentarios surgidos a raíz de los recuerdos del pasado reciente que nos cuenta.
En el relato aparecen el dolor y la perplejidad, también las quejas y las denuncias. Tampoco faltan reflexiones profundas, experiencias positivas y adquisiciones valiosas que nos impresionarán, emocionarán y, posiblemente, nos ayudarán en situaciones que, como dice la autora, no son excepcionales, ya que tarde o temprano todos sufrimos la pérdida de un ser querido.