Estos cuentos sin cuento —según escribe Félix Maraña en el prólogo— nos hablan, con un lenguaje directo, de usos, costumbres y formas de vida de las tierras de sus orígenes. De un mundo y unos oficios muertos, pero que el relato los hace perdurables. Son testimonios de la historia particular de unas gentes, retratos de valor etnológico y antropológico, sin dejar de ser relatos. No son unos ensayos disimulados, sino una narración de argumento humano que nos resultan tan próximos ahora, al menos me resultan a mí por edad, origen, temperamento y conciencia histórica de un país que Félix Población, colega periodista, ha vivido, contemplado y querido con la herramienta del lenguaje y la conciencia crítica del ciudadano que llama a las cosas, a las ideas y a las personas con el calificativo y los verbos del amor. Sin salirse de la realidad, pero haciendo excursión a ese lugar conservera, donde dicen que viven nuestras obsesiones, creencias, ideas y querencias que hemos convenido en llamar Literatura. También con mayúscula.