Enzo es un campesino de trece años de Cerdeña, ayudante de su padre. Sus ilusiones fueron estudiar técnico en electricidad, tanto doméstica como de automóviles. El padre, que le conocía bien, le dejó marchar para que no fuera un destripaterrones del campo y se machacara y se quedara hecho un viejo antes de cumplir los treinta años.
Cuando acabó sus estudios tenía casi veinte años, compró una motocicleta en una chatarrería y se entretuvo en arreglarla, aquello le sirvió para hacer arreglos en casas domésticas y personas que tuvieran automóviles. Así pudo ahorrar casi 80.000 dólares, que le servirían para cumplir su sueño infantil. Ver y vivir en Nueva York. Ganar dinero para retirar a su padre del campo. Estaba convencido de que si encontraba un trabajo de reparación de automóviles y haciendo jornada doble ganaría para enviarles a sus padres bastantes dólares que en Bastelicaccia, su pueblo, sería mucho dinero. El trabajo que hizo al vicecónsul americano Dr. Telemaco y sus convencimientos al capitán de un carguero que iba a Nueva York le facilitaron dicho viaje. Aquello debía ser como un paraíso de piedra, y el dinero abundaba por todas partes, qué cosa más maravillosa, qué edificios tan altísimos, qué calles más amplias, cuántos automóviles circulando, cuántos ricos y cuántos pobres, ¡qué contraste! Allí se podría ganar mucho dinero si trabajabas mucho, habría mucha competencia en todo, habría que buscarse la vida porque allí había mucha vida. Se instaló en un apartamento muy pequeño, bien cerca de una serie de comercios y bancos. Se acordó de que llevaba setenta y pico mil dólares y que había que guardarlos en un banco, a doscientos metros había uno que, según rezaba en la puerta, se denominaba Portsmouth & Bale Banks y se dijo: «cualquier banco va bien, ahí guardan bien los dineros, allá voy».
Y aquí comienza la historia de Lorenzo Lorenzi (Enzo)