Con más de treinta años de experiencia en la escuela como maestro, el autor pone el dedo en la llaga al analizar alguna de las causas que, según él, favorecen la violencia de género. El deterioro de la educación, la progresiva pérdida de autoridad de las maestras y maestros, la injerencia de las familias en muchos asuntos educativos que deberían corresponder a los profesores, la excesiva permisividad paterna y social… no ayudan a prevenir conductas agresivas. La violencia ejercida hacia las mujeres debe combatirse ya desde la infancia. Una educación en la igualdad es el mejor antídoto contra la barbarie discriminatoria de los violentos. Pero las familias y la sociedad tienen el deber de cooperar con los educadores. Un niño consentido y caprichoso puede ser una persona para quien la costumbre se convierte en ley, y lo que está arraigado en las creencias es difícil de erradicar.
Hay otros muchos factores, por supuesto, que intervienen en la discriminación y en las conductas machistas, pero habrá pocas dudas sobre la necesidad de educar en la igualdad desde los primeros años de la niñez, y esa tarea corresponde a toda la sociedad.
Dos vidas. Dos realidades. Dos temperamentos.
Una convivencia. Un amor quebrado. Cristales rotos.