Fueron los atardeceres los que me enseñaron que la belleza puede durar tan solo unos minutos, pero que puede ser tan intensa que haga que esos minutos cambien por completo nuestro día. Que a veces, cuando creemos que algo no va a ser tan bonito como creíamos, con paciencia, siempre llega. Porque ¿cuántas veces no hemos ido a contemplar un atardecer que creíamos que no iba a merecer la pena y, al final, resultó ser de los más bonitos de nuestra vida? No sé vosotros, pero, por lo menos yo, muchas veces. Y solamente fue cuestión de esperar. Pues lo mismo con la vida. Con paciencia todo llega, aunque a veces haya que esperar un poquito más, o intentarlo muchas veces. O incluso puede pasar que aparece por sorpresa mientras estás ocupado en otras cosas. Como cuando vas caminando por la calle, absorto en tus pensamientos, y de repente miras al cielo y tiene un color increíble. Pues así es la vida, como una puesta de sol inesperada. Porque cada atardecer tiene sus destellos de luz. Y cada momento sus destellos de felicidad. Simplemente hay que saber apreciarlos.