¡Y qué deciros ahora de este conjunto de poemas que ayer mismo no existían, esta manada de corderillos y cabritos escapados de mi redil, que retozan en su pradera primaveral entre las flores innúmeras! Ellos, en su inocente espontaneidad, como nacidos de mi costado izquierdo y sin apenas contar con mi voluntad, me han elegido como su pastor; y ahí están (o, mejor, estamos), cada uno jugando a su antojo según su diferente carácter, temperamento o peculiaridad. Llenos de vida, cada uno va reflejando una faceta de la misma, tan variada ella, tan sentida, rica e inagotable como los astros de la célica inmensidad.