1939, el «Año de Victoria» de Franco, no podía empezar peor para los Quintana. Disgregados y dispersos a consecuencia de la Guerra Civil, el hijo menor, Quico, permanecía alojado a cuenta del nuevo régimen en el leonés campo de prisioneros de San Marcos; el mayor, Diego, andaba «disfrutando de la hospitalidad francesa»; y el cabeza de familia, Fortunato, pronto se hospedaría en el «hotel Rejas», con todos los gastos pagados. Sin hombres para trabajar, a las mujeres de la casa no les quedó otra que arremangarse para poder subsistir.
Bajo esas premisas, y con el mismo estilo, tono y ritmo empleados en su anterior relato, Una casita junto al río, el autor continúa describiendo en Largo paseo por el campo francés las experiencias y percances de esa familia obrera, residente en un barrio de la periferia de Barcelona, y las de los variopintos personajes, ficticios o reales, que transitan junto a ellos compartiendo vivencias, espacio o época. Es, por lo tanto, una novela coral, en la que no hay un único protagonista. Todos los personajes están vinculados entre sí de una manera u otra. De la personalidad y el físico de todos y cada uno de ellos se hace una detallada descripción. Todos son víctimas y, a la vez, actores del momento que les ha tocado vivir. Pero para el lector acabarán siendo héroes anónimos a los que Villagrasa hace un merecido homenaje.
Si la primera novela histórica se situaba en el periodo comprendido entre la proclamación de la República y el final del conflicto bélico español, la segunda está situada en dos escenarios que transcurren paralelos en el tiempo: en España, a lo largo de los difíciles años de su inmediata posguerra; y en Francia, en el marco del maltrato y las duras experiencias de los exiliados españoles en los campos de concentración habilitados para ellos y su posterior incorporación a la lucha armada contra los ocupantes nazis. Porque esa es la estructura de la novela, los capítulos saltan de un país al otro manteniendo el paralelismo de una misma época con las situaciones diversas que viven los personajes, siguiendo un hilo argumentativo emocional y cronológicamente coherente.
Es el retrato de una etapa de la historia y unos acontecimientos dramáticos que, sin rehuir la cruda realidad, son explicados, utilizando de nuevo una amplia documentación, mediante un narrador que se convierte en un personaje más de la trama, al utilizar en sus descripciones un lenguaje cercano, popular, irónico, en ocasiones sarcástico, y con un sentido del humor que hace que el relato resulte no solo ameno, sino, en ocasiones, divertido.