Con motivo de la construcción del puente de Lleida que sustituyó en 1944 al que había sido destruido durante la guerra civil, llegó a la ciudad el protagonista de esta novela: don Carlos Ruiz Salcedo. Ingeniero de Caminos, Canales y Puertos y teniente de la escala de complemento adscrito al Servicio Militar de Construcciones. Llegó procedente de Zaragoza una fría y brumosa noche de enero de aquel 1944. Objetivo: asegurarse de que nada fallara el día de su inauguración. Y, al mismo tiempo, quiso reflejar en su diario el cada día de las tres posguerras: la de los vencedores, la de los depurados reinsertados y la de los derrotados no perdonados.
En su diario reflejó la vida militar; los consejos de guerra; la invasión de los maquis en aquel octubre del 44; la represión a la lengua catalana compensada hasta cierto punto por la “parla lleidatana”, o su posterior trayectoria en la construcción de los pantanos de la cuenca del Noguera Ribagorzana. Y, por encima de todo, quiso reflejar la suerte que tuvo de haber conocido a Montse, su futura esposa. De familia catalanista republicana y depurada reinsertada, le permitió conocer y querer a Cataluña con su lengua y sus costumbres sin despojarse de su amor a Aragón y a España. Y no sólo eso. Cuando me entregó su diario insistió que el nombre de la ciudad de Lérida encabezara el título. La quería y le debía demasiado para relegarla a un segundo plano. Le pregunté si Lérida o Lleida. A fuer de ser sincero, me dijo, prefería que mantuviera la primera denominación. En 1944 todavía la llamaba Lérida.