¡Hola! Me llamo Andrea, tengo cuarenta años, soy complicada, ciclotímica, con una menopausia precoz avanzada, lo que significa que paso de cero a cien sin transición y, de vez en cuando, me acompaña un concepto que los psicólogos llaman «ansiedad». No soy fácil, y tengo una cierta tendencia a huir cuando hay problemas. Os suelto todo este rollo porque mi psicóloga, la Pelos, me ha dicho que exprese mis emociones en un cuaderno, porque así no me lo quedaré dentro y dejo que se aireen mis fantasmas. En fin, tontunas y paponás. Si queréis saber más, os diré que a mi padre, con quien hace años no me hablo, le ha dado un ictus. Voy a verlo, aunque muchas ganas no tengo, la verdad, pero he descubierto unas cartas que tiene escondidas y ha escrito a lo largo de su vida. En ellas relata, con todo tipo de detalles, las palizas que recibía de su padre, es decir, mi abuelo, y cómo se le ponía el pito duro con otro hombre, lo que significa que a mi madre mucho no la quería, y… voy a dejar de escribir, porque me está dando la ansiedad, pero, si eso, leed el libro y así os enteráis de quiénes son Moisés, Óscar, la tía Lili, la jovenzuela cuya lengua habría que clonar, la alcahueta de A-N-G-É-L-I-C-A, el camarero-psicólogo y el señor del jersey con pelotillas, y por qué mi padre y yo no nos hablamos. Aprovecho y os presento a mi prima, Nuria, que tiene dos hijos, y uno de ellos martiriza con su espada láser a Candy Candy, mi perra, y…, bueno, os dejo, que voy a inhalar y a exhalar un poco. ¡Ah! Y todo esto lo he vivido en Gerindote, un pueblo de Toledo con olor a caca de vaca.