Han pasado cuatro años desde la muerte de Jorge y Candela sigue sumida en sus recuerdos llenos de dolor y remordimientos. Sus amigos Marcial y Salvador se han propuesto acompañarla por los lugares queridos en el recuerdo de la amiga, para hacerla sonreír de nuevo.
En los días previos al señalado para el viaje en el que Candela desea intensamente recuperar el sentido de su vida, un tropel de emociones la invade ante el ordenador, antes cómplice y ahora acusador del tiempo inconfesable, delante de las fotografías con Jorge que la hacen recordar felicidad y dolor de años anteriores. Necesita estar de nuevo en la misma terraza de A Brasileira, en el mismo velador sentada junto al poeta Pessoa en el que ha fundido con su bronce todo su desbordado amor por Jorge, y volver a ser feliz. No es momento de llanto. Se ha propuesto resistir el tsunami interno que la inundará durante los días del verano en los que Salvador y Marcial la acompañarán paseando Lisboa en los rincones íntimos que había vivido su amor junto a Jorge.
Candela evocó en silencio aquellos extraños días del verano en los que, perdida en el teclado de su computadora personal, las madrugadas se derretían convertidas en zumo corporal sin poder explicarse qué magia comenzó a encadenarla al espacio furtivo de lo irreal, deformando el trabajo que realizaba para su tesis, primero cada noche y más tarde el día entero, hasta terminar absorbiendo su voluntad y su vida toda. Esa tela de araña de internet la había atrapado como a una incauta mosca; había hecho de ella lo que no quería ser y había dejado de hacer lo que debía haber hecho. ¡Qué cinco años perdidos!