A través de una serie continuada de monólogos, Lola, desde donde se encuentra, en el otro lado, ha querido contar en detalle gran parte de lo que ha sido su vida, la que compartió con Arnau y la de este después de la desaparición de ella en el trágico naufragio del Estrella de Oriente. Lo hace con la esperanza ciega de que sus relatos puedan llegar a él. Asume, no obstante, que sus deseos son un imposible, pero no desiste en su empeño porque tiene necesidad de hacerlo; tal vez para redimirse mientras permanece en el otro lado. Al final, se ve recompensada y reconoce que su esfuerzo no fue inútil.
A partir de aquí, empezaría otra historia, la de la lenta renovación de la personalidad de Arnau Benavides, la de su regeneración progresiva, después de sus varias tragedias que condicionaron su existencia: la desaparición de su esposa y, sobre todo, el desprecio y resentimiento de su hijo Adriano. La etapa de su nueva vida emprendida con Isabella y el hijo de ambos, José, lo trasladarán a una realidad totalmente ignorada hasta entonces; volverá a ser un hombre feliz, a recuperar la autoestima y las ansias de vivir.
Por supuesto que la citada como caja de Pandora quedó cerrada a tiempo, evitando que el espíritu de la esperanza, el único bien que los dioses habían dejado en su interior, pudiera escaparse: «La esperanza es lo último que se pierde». Digamos que, a pesar todo, en el fondo, Arnau seguía manteniendo la esperanza de un reencuentro futuro.