Una noche de diciembre me dirigía a donde tenía aparcado mi coche, hacía frío y llovía; no sé por qué, algo me hizo cambiar y tomé otro camino, decidí visitar a un familiar. Allí me contaron algo que, de no haber cambiado el rumbo, jamás hubiera sabido; lo tomé como una de mis experiencias inexplicables, desde ese día las letras fluían en mí como un torrente de agua.
Les dejo aquí un pasaje de mi novela:
En mitad de la noche, sofocada por el calor, Elisa apartó la colcha con los pies y al girarse sintió que el solo tacto de aquellas sábanas de seda dejaba fluir emociones.
Presa de una de sus noches sin sueño, contemplaba impasible la luz de la luna, que aquella noche se propuso intranquilizarla.
Intentando conciliar el sueño, no dejaba de mirar aquella luna llena que tanto avivaba sus recuerdos.
Ya medio dormida, sintió cómo la acariciaban de la cabeza a los pies, a lo que suspirando se dejó llevar por el momento.
—No abandones mi cama —oyó que le susurraban al oído.
—Nunca lo hice, solo estuve ausente…
Pero Elisa seguía oyendo el inconfundible rumor de las olas.