Una voz que ofrece sonrisas de luna llena cuando los abismos son de hondura ennegrecida y se hace llave maestra para alcanzar con un verso escrito en noches a media luz aires suspendidos entre mundos dispares.
Carmen llega para sentarse a tu lado con su mirada abierta y suficiente y suavizar los miedos que atrofian alma y corazón con su dulzura de ojos. Y se ríe… y es una risa clara como alborada sin nubes.
Se debe destapar este libro sin conocer a su autora. Dejarse atrapar por los tentáculos de un primer verso que se enrosca como hierba de primavera en los páramos vírgenes. Y rebuscar entre las luces de un sentido arremolinado en cada letra. Se puede… sí. Desordenar el referente y ahondar en los entresijos de cada línea.
Leer y releer. Para sentir y comprender. Un poema es un arte hecho de palabras. Una paradoja en blanco que cada cual dibuja.
Por eso la necesidad de releerte, para deshilacharte con los ojos, para enarbolar cada párrafo en los más profundo.
No hay consecuencias sin causas…
Hubo una causa en tus versos, en tu voz, en tu sonrisa y en tu mirada. Las consecuencias son inabarcables. Una amistad inquebrantable, una relación escrita con fuego, una risa necesaria. Estar cuando no se está… Y sentirte abrir la puerta con tu llave maestra y sentarte a mi lado con tu voz de versos lanzados a los abismos de un horizonte sin explorar.
Sentidos que traquetean como trenes pasando por estaciones con andenes de letras.
Nos veremos cuando el Ángel Caído derrame su última sombra sobre el banco donde me sentaré a leer tus versos. Ya sabes dónde… En la continuación de una coma. Tras un lucero de luna plena.
Pedro González