Tomé asiento junto a los pecados capitales y, de todos ellos, me di un impulsivo festín. Al finalizar el banquete, santifiqué el impulso y me sentí, asimismo, colmado de juventud, asaz vigoroso.
Si ese instante hubiera cristalizado, teniendo yo la oportunidad de reposar en él a voluntad; si los tambores del remordimiento no hubiesen iniciado, poco más tarde, su estridente martilleo, quizá no estaría yo ahora sepultado bajo la desdicha.