En el siglo en que Cristóbal Colón descubrió las tierras americanas, un campesino llamado Jerónimo soñaba con conocer esas tierras, se imaginaba que eran jardines silvestres y palacios de oro y cada noche soñaba con esas tierras incógnitas. En aquella época, el centro del mundo estaba en la pícara Sevilla; el que quisiera conocer aquellas tierras lejanas tenía que pasar por el centro del mundo.
Allí conoció a la que sería su mujer, también a su mejor amigo el marqués de Ensenada, un aventurero que buscaba la paz y riquezas en aquellas tierras allende los mares.
Conocieron las aventuras y desventuras de las Indias, hicieron amigos indígenas; consiguieron comerciar con ellos; lucharon con los caníbales del Caribe; en el mar pelearon con barcos de guerra neerlandeses e ingleses. La marina española les solventó un enfrentamiento con la marina de guerra inglesa; se hicieron querer por indios de la montaña, y finalmente consiguieron volver a su querida patria con oro y muchos alimentos que en Europa no se conocían. Ahora tenía la oportunidad de levantar un hospital, quitar mucha pobreza, abrir colegios, redimir cautivos de los enfrentamientos contra turcos y Berbería y procurar dar trabajo a muchos que no lo tenían para aliviarles sus miserias.
Hay un pueblo cerca de su casa de Bobadilla, en donde construyó más de doscientas casitas que entregó a sus empleados que trabajaban los productos traídos de América y para otros que se dedicaban a venderlos. Hizo feliz a mucha gente.