El Apocalipsis, por fin, tiene fecha: diez de octubre de 2.028. Y quienes contárnoslo, Margarita y Laval. Dos seres materialmente intemporales, que no quieren ser inmortales. Solo humanos, porque aún sienten y se emocionan. El siglo XXI avanza con una pesada y desbordante mochila de pasado, en la que parecen olvidados o apartados, sino condenados, componentes histórico-sociales tan contradictores, espectaculares, recalcitrantes y substanciales como la religión, la fe, la magia, la neurociencia cognitiva, la in formática, Port-Royal, el jansenismo, los jesuitas, la nanotecnología y los nanorobots, la clonación de células humanas, los milagros, los mitos, Wikipedia, la era de Aquarious, el festival de Woodstock, la inteligencia artificial (AI), la Orden del Cister y San Bernardo, Montserrat, las clarisas, la comunidad regeneracionista, el desconocido mundo subterráneo de Collbató, los odios, la Guerra de la Independencia, la sexnología y el tecnosexo,
los espinarios, el tamborilero de El Bruch, los sectarismos, las colonias interplanetarias, el obispo de Solsona, la Sala Bibilis en el perdido y desconocido mundo subterráneo de Barcelona, los bintuh, la violación abyecta, la aceleración centrotónica, las benzodiacepinas, Nigra Sum, el Palacio Savassona de Barcelona, el Pájaro Azul de la Felicidad, la Revolución de los Ángeles, la Santa Espina, la sumisión química, las Tecnologías de la Información y la Comunicación (TIC). Y mucho más. Todo ello les aparece y les pasa, ha pasado y pasará a Laval y Margarita, como común y ancestral, desde que se encuentran en un café del barrio barcelonés en que viven el 4 de agosto de 2.028. Ese mundo viejo y nuevo, sólo con presente, en el que viven cargados de pasado, e inermes y expec tantes de su futuro, descubren “sus” vidas, es decir su pasado y presente, y acometen un futuro en el que pronto desembocan, unidos por un sentimiento eterno y humano, el amor. El horizonte profundo y lejano final les enmarca ante un incierto desenlace, al que han sido arrastrados por su Apocalipsis.