En el centro de jubilados, un emigrante retornado contaba aquella mañana una vieja historia, mitad verdad, mitad leyenda; en defnitiva, como pasa en los pueblos un trasfondo de verdad misterio y miedo.
-¿Tú quieres saber lo que en realidad pasó en aquel cortijo? Mire a mi alrededor, deseando que se estuviese dirigiendo a otra de las personas que estábamos en la sala.
¡Había oído tantas historias de la guerra!
De la batalla del Ebro de… No, ya no quería oír nada más.
Pero aquel hombre seguía hablando, y el silencio se iba remansando en las orillas de la memoria de todos, como una ensenada, en la que ya los ríos llegaban limpios, pacífcos y llenos de otras aguas de muy lejos, de donde nacen los recuerdos.
Miré hacia el exterior, era un día de verano, y había remolinicos que el viento los hacia entrar, en medio de grandes haces de luz, por las balconadas que daban directamente a la estación del tren.
¡La va a contar! pensé, y se está dirigiendo a mí.
“Lucha, no seas cobarde” me pareció oír.
Y respondí en voz alta:
-De acuerdo.
Lo termine de escribir en el verano de 2006, Registrado en la propiedad de Autores una vez finalizado.
Mis hijos Francisco Manuel y María Eugenia, son los herederos de los derechos de autor de este guion.
Francisca Medina Cuenca.