Cuando la guerra española estalló, nadie imaginó que todo podía cambiar en magnitud tan dantesca. Cataluña cerraría sus filas con casi un cinco por ciento de desaparecidos, según el censo de 1936. Barcelona, en calidad de fortaleza del anarcosindicalismo, fue castigada sin piedad. Uno de los primeros y más sangrientos escenarios de los bombardeos sobre la población civil llevados a cabo.
El avispero que surcaba el cielo catalán, dentro de un monólogo constante en el aire, entre bocado y bocado que las tropas del bando nacional iban dándole a la Segunda República; la explosión de ideales entre las propias familias despierta antipatías llevadas a extremo que salpicarán de sangre el alma de muchos españoles.
Me quema en la boca arde con leños de amor, humillación, política y traición. Prendidos, a veces, desde un giro coloquial, jocoso y peculiar.