En la tauromaquia brota la emoción estética —el auténtico arte taurino— cuando
coinciden en el ruedo, frente a frente, mucho toro y mucho torero.
Un gran toro es aquel que causa admiración, por su poderío y bravura, transmite riesgo durante la lidia y, además, es exigente con el torero. Esto quiere decir, en lo básico, que el animal tiene trapío, fuerza, fiereza, galope, entrega…; y, a su vez, que se arranca de lejos a los engaños, que va largo y sale del lance sin dar tornillazos, que se quiere comer los engaños y mete la cabeza, humillando; que no embiste cruzado o metiéndose por dentro, que no se sale de las suertes, que no se cansa de embestir y repite las embestidas, que va a más a lo largo de la lidia y se viene arriba en el último tercio.
Un gran torero es aquel que practica los cánones del buen toreo y sus ejecuciones las materializa con sentido, proporcionalidad, sentimiento y sin imposturas.