El bello relato de Alexander de Brucco irrumpe en el marco de nuestra poesía nacional con un acento tan íntimo, una dulce cantinela de buenos tiempos y la certidumbre de que el poeta recorre confiado los laberintos de lo universal y vuelve a pisar en
el terreno firme de la esperanza, a pesar de haber enfrentado mares de tormentas y desalientos. La incursión en el mundo sagrado de las formas elementales y los personajes arquetípicos, profetas y jefes de pueblos, patriarcas de vieja estirpe, hace que el lector oiga acompasadamente los ecos de la historia sagrada que oyó en la infancia y que los tiempos que corren no le habían permitido volver a oír.
Hay aquí muchas tenues y profundas metáforas de antaño que humanizan a Moisés y a Abraham a nuestros ojos y le dan a Ruth y a Job las condiciones palpables que se requieren para comprenderlos y acercarlos a nuestras rutinarias vidas. La experiencia de lo sublime no es ajena a este conjunto de poemas luminosos y precisos, en los que cantan también los ecos de Schuaima y Aniquirona, sin dejar de vibrar emocionadamente también con algunos de los elementos esenciales de la poesía más clásica y cantarina del Siglo de Oro.
Enrique Serrano López