Los libros nos dicen que la poesía es lírica, pero siempre he creído que hay una poesía épica, que es la que a mi más me seduce. La poesía es hembra, mujer arrolladora, que al igual que nos hace el amor, puede devorarnos entre sus garras; la poesía es una vestal que espera al poeta en el templo y lo sacrifica ante su altar hasta extraerle lo mejor de sí mismo; el poeta es apenas el portador de su luz.
La diosa poesía te posee, te hace suyo, te eleva hacia el séptimo cielo o te sepulta en las profundidades del averno, ama con la ternura de un recen nacido o con la furia de un súcubo, por eso los mejores poetas de la historia han sido mujeres que, a pesar de ser postergadas e ignoradas por la literatura oficial, brillan con luz propia en las páginas de la literatura universal. La poesía, como hembra encelada, no consiente infidelidades, y menos desplantes. Si no acudes presto cuando te reclama dejará de inspirarte y una madrugada te despertarás con las sábanas encharcadas de ausencia, invocando en vano sus caricias, pero ella se habrá marchado para siempre.