El siglo XIX se acercaba a su fin, y Mihail disfrutaba de una confortable vida, junto a sus padres, en una granja de la llanura rusa. Pasaba los días dedicado al estudio, a los amigos, a ayudar en los trabajos de su casa y a practicar ajedrez.
Una trágica noche, en un abrir y cerrar de ojos, todo se desvaneció a su alrededor y se vio solo y perdido. Irina, su joven maestra, lo acogió en su casa, lo cuidó como a un hijo, y ambos disfrutaron junto al tablero.
Pero, a veces, Mihail se sentía como una carga para su profesora. Por ello, decidió, sin reflexionar lo suficiente, emprender un aventurado viaje hasta San Petersburgo acompañado por su perro, creyendo que sería capaz de ganarse la vida por sí mismo. Sorteando todo tipo de dificultades, consiguió llegar a la gran ciudad en la que las cosas no resultaron como él las había imaginado. Solo y sin saber dónde ir, encontró cobijo en un pequeño almacén del puerto junto a un viejo pescador. A pesar de ello, el día a día resultaba una dura lucha por sobrevivir.
Con motivo del cambio de siglo, se organizaron campeonatos de ajedrez en la ciudad. Mihail participó en uno de ellos y consiguió sorprender a todos al proclamarse campeón en una categoría superior a la que le que correspondía por su edad.
Su inquietud y su espíritu aventurero lo llevaron a introducirse, como polizón, en un moderno vapor español, en el que tuvo todo tipo de increíbles experiencias y extraordinarias partidas junto al capitán del barco.
El protagonista fue alternando aciertos y errores constantemente, hasta que logró encontrar la estabilidad gracias a un puñado de buenos amigos y al ajedrez.