Todo parte de cómo viviría y cómo nos contaría ella misma su primer encuentro con Jesús resucitado. Si Jesús se pasó toda la Pascua buscando a sus amigos para restituirlos de sus profundas heridas; si con gran ternura y tesón los buscó porque no soportaba la idea de que ninguno más se le perdiera, ni que andaran por ahí más tiempo desperdigados, siendo así aún más vulnerables; cómo no iba a buscar a María, cuya alma aún estaba atravesada por una espada de dolor. Si Jesús, desde el minuto cero de la Pascua, hizo por buscarlos y volverlos a congregar, por hacerlos entender y constituirlos en su Iglesia misionera y expansiva; ¿cómo no iba a contar con María, a la que le había dado el encargo, al pie de la cruz, de cuidar al resto de Iglesia que había permanecido fiel tras el naufragio de la Pasión? ¿Cómo no iba a ocurrir, si incluso en mitad de aquel horror de suplicio, Jesús pensó en su propia madre y le pidió a Juan que la cuidara? Si hasta en ese momento pensó en ella, ¡cómo no lo iba a hacer después!