Cuando yo empecé a navegar no existía el GPS ni el teléfono móvil, lo cual permitía, al no haber como ahora, control continuo por parte del armador, una libertad de movimientos que ya no existe. Se navegaba a golpe de sextante y se daba cuerda al cronómetro todos los días. Las estancias en puerto eran más largas, las tripulaciones más numerosas y más golfas y, sobre todo, mucho más profesionales. En las cámaras de los barcos se bebía vino libremente… Los míos, todavía fueron los buenos tiempos…