Todos hemos sido niños. ¿Quién de nuestra generación no ha jugado en la calle con sus amigos? ¿Quién no ha hecho alguna que otra trastada? Pero, gracias al respeto que nos inculcaban, sobre todo cuando se trataba de personas mayores, nunca era nada grave. ¿Quién no llegaba en alguna ocasión descalabrado o con alguna pierna rota, o con un brazo? Ese era el pan nuestro de cada día, y siempre gracias a la imaginación que, como niños, brotaba de nuestras cabezas. ¿Quién no se hacía sus propios juguetes? Cuántas meriendas a base de pan con vino y azúcar, o con aceite y bacalao, o con chocolate de la marca hueso, con sus bonitos cromos coleccionables. Éramos los niños de la calle. Eran otros tiempos, tiempos que, seguro, algunos de mi generación no cambiarían por nada.
Esto me da a entender que hoy por hoy, cuando paseo por la calle y veo el despilfarro, y como la mayoría de los niños andan con la cabeza siempre baja, mirando el móvil, abstraídos… y me doy cuenta de que esa es toda la ilusión que ellos tienen… Y claro, me da mucha tristeza.
Espero que puedan leer y que les gusten estas historias tan bonitas.
Quisiera mandar un fuerte abrazo a todos mis amigos, especialmente a los del barrio del Cotarro y a los de la Glorieta, ambos de la ciudad de Caspe.