Nacido de hombre. Las riberas del río se inundan cada vez que sube la marea; allí las casas han sido abandonadas y es allí donde suelen aparecer las víctimas del Descuartizador de la Ribera. Siempre son mujeres, de cualquier edad, jóvenes o viejas, y sin señal alguna de violencia sexual. Sus cuerpos aparecen troceados con habilidad profesional. Ágatha y Braulio son los dos policías encargados de investigar esos crímenes. Deben detener al asesino antes de que siga matando, pero la lista de sospechosos es amplia. Con pocos medios, la tecnología no sirve de gran ayuda a los agentes, aunque dispongan de robots para patrullar. La corrupción invade la ciudad lo mismo que el agua del deshielo. Las drogas sintéticas se compran y venden con la connivencia de agentes corruptos. Las víctimas del descuartizador no tienen nada especial, ni en su forma de vivir, tampoco en sus ideas o en sus ocupaciones. Solo tienen en común que son mujeres, pues el asesino odia a todas las mujeres, sin ninguna distinción. Conforme la lista de sospechosos se va reduciendo, Ágatha y Braulio comprenden que en realidad ya saben quién es el Descuartizador de la Ribera; alguien que no estaba en la lista inicial, pero que finalmente es el único miembro de la misma. El problema no es reconocerlo, sino poder atraparlo, pues es alguien escurridizo y muy inteligente, no deja cabos sueltos. Y la tecnología robótica no sirve de mucha ayuda: al final lo que cuenta es la mente humana. Aparte de capturarlo e impedir que siga matando, queda una cuestión muy importante: ¿qué es lo que lleva al asesino a querer matar a todas las mujeres?