Pío VII había salido del Pabellón de Flore a las nueve, para dirigirse a Notre-Dame en carroza de ocho caballos tordos, sobre cuya parte superior aparecían la tiara y los atributos del papado; y, precediéndole, su primer camarero, con una cruz de plata y montado en una mula… Aquel fastuoso y multicolor séquito de cardenales, príncipes extranjeros y toda la Corte fue aclamado por el gentío a lo largo del breve itinerario. Lujosas carrozas, mitras y púrpuras, profusión de capelos y bicornios, tintineo de sables y espadas, y el piafar en el adoquinado de los cascos de las monturas; húsares, plumas y pe-nachos, charreteras, rasos y sedas, músicas…, y en el aire, el gozoso tañer de las campanas en la cercana catedral. ¡Era la coronación!