El hombre de cristal terminará por romperse, aun sin saberlo. Dentro de
estos poemas, el autor se pone ante la realidad que sabe devoradora si no
se disuelve en ella. Por eso, Manuel, en su escritura, es el que se agota,
el que se despierta, el que se sabe solo o el que está bajo una tormenta
para decirnos que no sufre el suspiro o que no se siente mojada una piedra.
En los versos que aquí nos muestra hay instantes, actos, palabras,
pequeños pellizcos de la realidad cotidiana que son los que hacen sentirse
vivo al autor, intentando alejarse, o más bien desnudarse, de los idealismos y sentimentalismos que en estos tiempos fluyen como veneno por
cualquier vertiente social que analicemos. Quiere ser protagonista de su
ruptura, vivirla y así ser consciente de sí mismo. De lo que él es.
En esta obra de Manuel se nos presentan, unidas, dos vertientes muy
diferentes: el aprendizaje del desengaño como método para vivir y su
vida misma, que son cosas muy diferentes. En cualquiera de los casos,
será el lector el que tenga que descubrir, a través de la reflexión poética, el momento en que cada verso ancla su sentido. Quizá sea una trampa que pone Manuel al lector, o quizá sea todo lo contrario. Solo hay una manera de saberlo: entrar en el espacio creador del autor.
Las palabras son los instrumentos que atan a Manuel a la realidad, las cadenas que lo sujetan a ella sin más alegatos. Escribe las frases, los versos, sabiendo que él se cansará. Se pone bajo una higuera para oler los higos y refugiarse, él, bajo la sombra del sol de verano, y no para relajar su brazo en conceptos de tinta o para saborear la fruta de unos supuestos dioses.
Los versos de esta colección nos hablan de tiempo consumido. Ese mismo
tiempo no, pero sí otro, en presente o como futuro, está marcado en
estas páginas que espero sean un regalo para el lector.
E. A.