Las tinieblas, el aliento eterno, las musas, las voces interiores… es aquello que llamamos
«inspiración». Es aquello que nos hace seguir un instinto salvaje, que nos hace crear
mundos y vidas a partir del vacío. El ejercicio de escribir es autodisciplina, sí, pero
también es conectarnos con las ideas superiores que todos llevamos dentro. Así, No soy
negro, soy hombre. Tú me haces esclavo, Yo, nací libre se convierte en una obra literaria
dirigida más a escritores que a lectores. Es un canto a no rendirnos ante cualquier frustración
que encontremos en nuestro camino, en nuestra actividad. Es una balada épica
en el que nosotros somos los héroes. Que esto sea una invitación a creer que no solo
nuestras obras son propias de la ficción, nosotros también somos la ficción de nuestro
poder interior y, escuchándolo, somos capaces de crear los mundos más inusitados.
Nosotros mismos también somos literatura fantástica:
«Escribir es escapar a lo que uno es, poniéndose a las órdenes de vidas ajenas que
te persiguen susurrándote al oído».