Morir es inevitable. Nadie saldrá vivo de esta experiencia. Podemos morir en este preciso momento. Nada ni nadie lo podrá evitar. Cada segundo después de nuestro nacimiento nos conduce a la muerte, y eso es algo con lo que tenemos que lidiar para aprovechar cada minuto y no creer que tenemos todo el tiempo del mundo para postergar las cosas más importantes de nuestra corta vida. No deberíamos temer a la muerte, seguramente, antes o después, llegará. Lo que sí debemos temer es echar a perder nuestra vida pensando que tenemos el tiempo suficiente para esperar que las cosas buenas lleguen después.
No sé dónde ni cómo te encuentres hoy, pero si ya desperdiciaste media vida o casi una vida entera postergando tu felicidad, detente un momento, siéntate y escucha en silencio tu respiración. Aún vives, y lo que te quede de vida debe ser la mejor vida que hayas vivido. No voltees para atrás, no te quejes del pasado, tampoco pienses en qué pasará mañana; solo respira profundo y dale gracias a Dios o al universo si así lo prefieres, por el día de hoy, por esta otra oportunidad que tienes de empezar de nuevo, de empezar de cero como si acabaras de nacer. Levanta los brazos al cielo y, agradecido, disfruta de cada latido de tu corazón. Devuélvele a ese cuerpo, que ha portado tu espíritu dormido, la alegría de vivir. Despierta al gigante que llevas dentro. Sacúdelo y entrégale la promesa de vivir como siempre lo ha soñado.
No te mueras sin ser feliz, te recordará lo maravilloso que es vivir y lo importante que es hacerlo intensamente. Solo vivimos una vez y todo acaba, al menos en esta tierra. La seguridad de la muerte debe ser el motivo más grande para hacer nuestra existencia valiosa y divertida, que al fin y al cabo de eso se trata todo: de ser muy felices, antes de partir.