Tras pasar un infierno en Ourvalley y estar a punto de suicidarme al darme cuenta que no tenía ningún amigo de verdad en el pueblo donde había pasado toda mi infancia, regresé a Greentown, el pueblo de veraneo, para comenzar una nueva vida: una vida desde cero. Dicen que la vida a veces no te da una segunda oportunidad, pero a mí me la dio… aunque no fue fácil: los inicios siempre cuestan. Fui a pasar el verano a la casa estival de mis padres, pero llegó el otoño y me quedé solo: empezaba una nueva vida emancipándome de mi familia. Tenía sólo 24 años, una recién finalizada carrera universitaria y muchas ilusiones y esperanzas por delante de lograr hacerme un hueco como reportero en un diario de provincias. ¡Y lo di todo para que me contrataran! Pero la vida no siempre es de color de rosa, y aunque luché por ello, tuve mis altibajos. La cuadrilla de Greentown, en la que me apoyé, no siempre estuvo a mi lado cuando la necesité, y con 28 años volví a quedarme solo, sin amigos y sin familia a la que recurrir. Cuando llegó el crudo invierno, la casa de veraneo era fría ¡y no tenía calefacción! Pero lo peor aún tardaría por llegar: a los 42 años volví a ser víctima del bullying y del ciberacoso por una chica a la que no conocía de nada, pero a la que yo le caía mal. Mi salida del armario hizo que durante dos lustros dejase de hablar con mi padre, que no aceptó que yo fuese gay, y para colmo también era asperger, lo cual complicaba mis problemas de comunicación y mi vida social.