No vale que todo vale
porque al final nos morimos
hay que callar y escuchar
el alarido de un libro
no para ser más grandes
sino para ser infnitos.
Hay en este poemario una ética intrínseca a su estética, porque el poeta cree en el paraíso y que la belleza y el arte son una forma de adelanto de ese lugar.
Objetos cotidianos como el cenicero o el reloj son vistos desde la profundidad de un isleño que tiene ante la vida una actitud de brazos abiertos: al mar, al otro, a la música del corazón.
Un poema entrañable al perro de su infancia, que conoció de sus andadas o a la muerte, tan consustancial a la vida, dan la muestra del amplio abanico de su repertorio. El lector encontrará poemas que nacieron después de labrar la tierra o de nadar el mar, sin dejar nunca de mirar al cielo. Poemas del hombre que vive sin olvidar ser testigo de su época.
El lector encontrará un amor a la palabra, a la curiosidad que proporciona el conocimiento y el progreso. Un amor a ese «arma cargada de futuro» que predicara Celaya, capaz de hacer entenderse al hombre con su semejante y construir un mundo más humano.
El autor ordenó sus papeles y dejó las puertas abiertas a modo de antología. Pasen, el lugar no puede ser más humilde pero tampoco más acogedor.