Las masas han extendido su ámbito de existencia, como predijo Ortega, y ahora todo es masa ubicua. La masa es un ejército disciplinado que repite consignas, protesta sin comprender, desprecia sin valorar, o calla y sigue con la cabeza gacha lo que debe ser pensado, sentido y realizado. Está en juego la libertad, que siempre es de los individuos, y no de los colectivos ni de los pueblos. Un pueblo libre es un pueblo de hombres libres, y la libertad del individuo no es una cuestión de derechos, pues debe ser él mismo quien asuma el mando de su vida, quien se dé a sí mismo su libertad, siquiera sea en una lucha por alcanzar un ideal de vida autónoma responsable, sin dejar que otros vengan a darle lo que solo él puede darse. Las masas son el movimiento inconsciente de la Historia, la interminable legión de los que no han aprendido a pensar o renuncian a hacerlo, y prefieren la cálida compañía de los muchos, que repiten acalorados argumentos de taberna o de red social, o se dejan atrapar en el tumulto diario de los semáforos, los centros comerciales o las autopistas de la información. Masas invisibles que se mueven al albur de las tendencias y las modas, y masas activistas que chillan porque sí, porque hay que hacerlo, confundiendo la crítica con la ignorancia y la mala educación. Frente a ellas, solo tenemos un ideal antiguo, una moralidad de caballeros, un estoicismo exigente que condena a la libertad de ser por uno mismo, si es que ello es posible, en la soledad responsable y difícil de las personas adultas.