Antón Chejob, médico y escritor, dijo una vez: mi mujer legal es la medicina, mi amante la literatura. Es lo que hacemos todos los médicos que escribimos.
Para rescatar el pasado que se ha vivido, cada uno elige una forma, yo elegí mi fantasía y los recuerdos. Se hace según los años que tienes, con la crudeza y el amor que va depositando la vida en su recorrido. Lo cierto es que con tanto ascendente humano, tanto ADN, carga emocional, nos arreglamos como podemos e intentamos ser únicos, diferentes, en todo caso mejores.
Del tronco común de ese árbol de gozo y dolor, cada uno coge su manzana con lo que lleva dentro. No existe felicidad para todos y alguien pierde en la lucha por la vida. Caminamos sobre un motor autogobernado, independiente de nosotros, que un día se puso en marcha mediante millones de mensajes, de reacciones fisicoquímicas, relacionadas unas con otras que llamamos vida.
Camina a su alrededor el mundo emocional, para mantener un diálogo de ayudas en la sombra. ¿Hasta que el tiempo le oxida, le descompone, quién mantiene ese orden?
Es un desfile de seres humanos, de nombres propios. En ese pequeño espacio de letras, está resumida la historia de una persona al final de la vida. En medio de todo, la Medicina, cuando me necesitan mis amigos etéreos. Bienvenido a mis deseos.