La presente obra reúne un conjunto de textos, escritos en su mayor parte entre 2016 y 2018, en los que se reflexiona sobre las condiciones de la vida política española, a partir del presupuesto de lo que podría estimarse como un muy profundo deterioro de todo el sistema institucional establecido desde 1978 con el nombre de Transición. Reconocido a desgana por todos, el hecho universalmente observable de tal enrarecimiento por amenaza de quiebra virtual, no obstante, no ha recibido ni el diagnóstico ni el análisis que su radicalidad y sus futuras consecuencias exigirían. La obra es una tentativa por hacer experimentable, y quizás pensable, la evidencia de una crisis política terminal, apenas ocultada por el tráfago bastante irrisorio de una vida pública carente de principios motrices, ideales de conducta o, simplemente, criterios de juicio. En su forma discursiva recopila, bajo una cierta apariencia impresionista e incluso moderadamente humorística, observaciones, apuntes y notas a vuela pluma, a manera de un diario o cuaderno de trabajo personal, mediante el que lo anecdótico se registra para extraer lo categorial, arrojando la ganga sobrante, aunque incluso ésta también pueda ser objeto en no pocas ocasiones de una sutil o descomedida especulación. Se entenderá que la intención de la obra en su conjunto y en sus detalles no es piadosa, ni el impulso veraz de la crítica se disuelve, a afectos prácticos, en una manifestación de benevolencia general dirigida a los hombres y los males del presente, enfocados ambos con la consabida indulgencia amoralista, que tan frecuente es ver ejercitada en todas partes con la insólita pretensión de hablar de sólidos valores. Porque hay que contar la verdad. Creímos disfrazarnos para una sola noche festiva de Carnaval, pero quisimos prolongarla y no nos dimos cuenta de que estábamos consiguiendo llegar a lo improbable en la historia política contemporánea: acometimos la decisión colectiva (o la tomaron otros en nuestro lugar) de vivir en nuestra sociedad política como si todo el año pudiera ser Carnaval. Ahora bien, llega el momento de despertarse, quitarse el disfraz, desvelar el rostro auténtico, arrojando las máscaras… y enfrentarse a la dura realidad de la resaca y, sobre todo, afrontar virilmente la vergüenza ante las villanías que se cometieron y dijeron en la ebriedad del Enmascaramiento colectivo.