¿Cómo es posible que vivamos en una sociedad tan idiota, cuando jamás hemos contado con más remedios contra la ignorancia? Sabemos que esta paradoja posmoderna ha tenido efectos devastadores sobre la moralidad pública, pero ¿cómo hemos llegado hasta aquí? ¿Hay solución para tanto desvarío? Son cuestiones que resultan aún más perturbadoras cuando reparamos en que la universidad, presunta depositaria del saber más sofisticado, se ha empeñado como quien más a la hora de extender la estupidez y condenar las fuentes del verdadero saber. Se trata, ciertamente, de un panorama desolador, pero al menos ha servido de buen pretexto a Alfonso García Figueroa para escribir su primera novela de campus. Olvidanza y atrevimiento comienza con su sangriento desenlace para luego narrar retrospectivamente la conspiración urdida contra el rector Hipocasto en su propia corte de mandarines de bragueta floja, mendaces compulsivos, paletos con ínfulas, nacionalistas acharnegados, onanistas mentales, tiralevitas de pasillo, petimetres de riñonera y feministas paniaguadas.